Érase una vez una mujer que tenía tres hijas. Las mayores era muy parecidas. Ambas eran antipáticas y orgullosas. Se llamaban Altiva y Distante.
La hija menor, al contrario, era bondadosa y de buen carácter. Se llamaba Dulce. Siempre estaba dispuesta a ayudar y era ella la que se ocupaba de todas las tareas de la casa, porque sus hermanas eran unas perezosas. Cada día, Dulce debía ir dos veces por día a recoger un cubo de agua del manantial del bosque, a gran distancia de la casa.
Un día, cuando llegó al manantial, una pobre mujer se le acercó y le pidió un trago.
-¡Oh sí! De todo corazón, señora - dijo la bonita niña - recogió agua fresca, cristalina del manantial y sostuvo la jarra para que la mujer pudiera beber fácilmente.
Cuando terminó de beber, la mujer dijo:
- Mira, guapa, soy muy mayor y me cuesta mucho andar. ¿ Me podrías acompañar a casa, yo voy apoyándome en ti?
- ¿ Vive usted muy lejos? – preguntó Dulce.
- Pues sí - dijo la señora- Al final del camino.
Dulce pensó : “ Me viene fatal, tendré que ir andado cargando con la jarra, y luego ir hasta casa, y voy a acabar agotada”. Pero luego sintió pena por la abuelita, y decidió acompañarla pese a todo.
Cuando llegaron a la casa de la viejecita, esta dijo:
-Eres muy bonita, querida, tan bondadosa y amable, que no puedo evitar darte un regalo…
Y…
¡ Tachán!
La viejecita se convirtió en… ¡ Un hada!
Porque aquella anciana era un hada que había cobrado la forma de una pobre campesina para ver cómo la trataba la niña.
-Este será mi regalo - continuó el hada-: con cada palabra bonita que digas, una flor o una joya caerá de tu boca.
...continuará en Cuentos clásicos para chicas modernas.